domingo, 28 de noviembre de 2010

EL LEON DE LA PLAZA COLON DE ANTOFAGASTA
Con su mirada felina y casi distante, el León de la Plaza Colon de Antofagasta parece mirar a la primera cuadra de la calle Sucre, a ver quien comienza a subir o quien es el último en bajar de la ciudad. Este felino de bronce noble parece el eterno guardián de una ciudad que al compás del reloj de los Ingleses, retrata las historias más humanas de una urbe que no se rinde jamás al desierto.

Cruzar el orfeón de retretas, escuchar las campanadas del viejo reloj casi Centenario y fotografiarse junto a tan magnífico león es sin duda el ritual y liturgia que cada Antofagastino ha hecho alguna vez en su vida. En cuantas casas y hogares hay alguna fotografía suya con algún ser querido que ya partió de este mundo. Él, nuestro León, nos recuerda el espíritu indomable, fiero y reinante de una ciudad que en su breve historia ha producido hombres y mujeres notables en las luchas y utopías que eligieron como norte de sus causas y quimeras más sinceras.

En lo alto de tan histórico monumento, dos mujeres de arrogante mirada y frío desprecio metálico, contemplan desde su aristocrática posición y tal vez con un dejo de bronceada envidia, la popularidad del guardián que a sus pies se yergue indómito con voluntad y fama propia, Cuantas mañanas de apurados trámites bancarios a visto pasar el león, cuantas tardes de bulliciosas risas infantiles escucharon sus metálicos oídos. Que pudieron ver en la oscuridad de la noche clandestina sus perpetuos ojos fríos, húmedos con la bruma marina costera que en las madrugas heladas y misteriosas, invade la plaza Colón de Antofagasta.

Tu magnífico ejemplar de bronce, campeón del desierto indómito y sereno guardián de una ciudad modesta, siempre has estado aquí, desde las primeras fotografías rodeado de caballeros de traje negro, bigotes abundantes y zapatos muy brillantes para una ciudad polvorienta con veredas de madera que recorrían sus calles de forma ligera. Cuantas damas de dulce mirada y correcto atuendo que paseaban y lucían elegantes la moda del comienzo del siglo pasado, pasaron junto a ti. En mi casa también estás, resguardas la infancia ida de un niño humilde que junto a su madre y a una abuela que ya partió de este mundo, una tarde de verano se fotografiaron en blanco y negro para la posteridad eterna del recuerdo propio.

Pasan los años, Rey de África anclado en el norte y tu eres el mismo y nosotros no. Por eso de cuando en vez y de vez en cuando una manito de gato que vitalice tu eterno metal siempre está bien, para que juntos a nuestros otros símbolos de ciudad, nos sigas acompañando gallardo y altivo, querido león de la Plaza Colón de Antofagasta por muchos, muchos años más,