viernes, 24 de septiembre de 2010

LA CHIMBA DE ANTOFAGASTA





Pareciera tener personalidad propia, vivir independiente de Antofagasta por algunos meses al año. Declararse comuna en si misma alejada y cercana a la ciudad. Ser distinta con el paso del tiempo y los veranos de tardes calurosas y concurridos de niños morenos en eternos piqueros veraniegos desde las húmedas y astilladas tablas de un muelle de rieles oxidados que parece flotar cansado sobre las suaves olas de una playa de roqueríos mansos. En el horizonte como ventana multicolor de manchitas rojizas, se mecen tranquilos los faluchos boyantes de pescados frescos que en las abrigadas aguas... de la Chimba encuentran refugio seguro, es un encuentro que comienza a gestarse todas las mañanas frías de inicio de jornadas, los motores en humeante alerta, tenso los brazos en un par de remos de madera oscura que golpearan enérgicos las calmadas aguas de la bahía de San Jorge. Aceitados y limpios los compresores que llevaran el aire de la vida, preparada la carnada en los espíneles que alejados de la red esperan pacientes su turno para lanzarse al mar. Así estos vehículos del mar regresarán horas más tarde con su cargamento brincante en agónica danza final de peces que en sus ojos grandes se les extingue la vida.

En la orilla polvorienta, lo más parecido a Cartagena la humilde en la zona central comienza a tomar forma, es nuestra fraterna y concurrida Chimba. Allí a inicios del verano se comienza a instalar un pueblo alegre de lomas multicolores que con estacas y cordeles, resistirá los vientos y calores del verano, agarrado en las laderas duras de un pequeño cerro que domina el mar en atenta mirada. Junto con las carpas nacerán las calles de un pueblo de género que le dará vida al verano pobre de Antofagasta en bullangueras tardes de baño y pichangas futboleras que alegran el descanso y dan la sed necesaria para las regadas veladas cerveceras o petroleras que atenuarán las calurosas noches de la playa.

Puede ser la Chimba una playa rocosa y a veces sucia, en que las piedras y el ripio le ganan a la arena ploma color cemento, su agua es oscura y misteriosa y llega pausada a la orilla eterna. Si uno camina con atención, recorrerá los grandes roqueríos que forman las enormes acantilados,' nidos de gaviota y tumba de muchos que pagaron con su vida el amor a la pesca en las torrentosas aguas que golpean esta parte de lo que alguna vez fue una isla sólo de pájaros, lobos y lagartijas independientes del transitar humano molestoso. Asomarse con respeto, mirar con cuidado, escuchar silencioso el rugido del mar, el silbido del viento y el cantar de las gaviotas peregrinas y despreocupadas que vuelan al compás del viento.

Un niño camina en dirección a la playa, trepa sigilosamente por los rieles oxidados y se instala exacto en las maderas húmedas, desde allí tranquilo y alerta esperará el tumbo que pase a la distancia precisa para tirarse, en el tiempo exacto, un piquero perfecto que lo llenará de orgullo a él, y de intranquilidad a la madre que mira atenta desde la orilla, en otro lado de la playa, una niña juega con arena en compañía de su padre. Esa es la Chimba, familias simples y humildes que baja de los cerros y viven contentas el verano en la mejor casa de la .playa, que al compás de los vientos Antofagastinos bailará una cumbia veraniega de trapos serviciales y multicolores.


Ricardo Rabanal Bustos
Profesor

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