sábado, 25 de septiembre de 2010

EL GALEON DE ANTOFAGASTA
¿Sabían que el Galeón está abandonado?, le pregunté a mis amigos, no teníamos ni idea!, me respondieron casi a coro. Así es no más. Una mañana camino a la playa me acerqué para mirarlo de cerca, una niñita sacaba una gruesa cadena con candado, de una puerta con rejas de madera. Los eslabones rasparon los palos y sonó como serrucho ronco, acto seguido me dio una mirada un poco despectiva, para luego subir a bordo, ¿Para qué si el barco está solo y a la deriva?, pensé. Parece que vive gente a bordo, me gustaría preguntarles si tiene fantasmas el abarco. Toda embarcación que se precie de tal, debe tenerlos, o si no, ¿Qué historias se contarán de ellos? Este galeón no sé si tiene fantasmas o penaduras, habría que preguntarle a los que hoy viven allí. Pero sí algo tiene que tener, esos son recuerdos. Recuerdos de los que un día lo abordaron.
Era el tiempo en que las discotecas del sector sur estaban por existir. Ese tiempo maravilloso de transición hacia esta actual modernidad que llega incluso a las pistas de baile o simplemente el tiempo de pasada juventud.
Desde la casa que arrendamos por años en la calle Atacama, lo veía cuando estaba en Balmaceda al final de Sucre , me parecía inmenso, boyante, casi místico, recién varado del mar, con su tripulación de piratas a punto de saltar a tierra firme. Nunca lo imaginé de otra forma, tenía que ser un galeón pirata, aventurero y valiente, casi al margen de la ley. Tal vez nuestros padres lo veían igual, por eso lo tenían censurado a los cabros chicos, "Es un antro de perdición, lleno de hippies y coléricos, que después salen a correr en sus austin minis o fiat 600 por toda la ciudad, atropellando niños o pacíficos ciudadanos" comentaban las madres, a modo de reproche y advertencia.
Recuerdo muy bien el primer día que lo abordé, fue una mañana de domingo con mi primer amor. A ella y a mí nos dieron permiso (Por separado), para ir al desfile en la plaza Colón. Antes, ya de acuerdo, nos encontramos en el mercado Municipal, entre lechugas, papas y frutas de la estación. Caminamos de la mano hasta la plaza y luego de repente, en una acción de rebeldía y desobediencia a nuestros padres, corrimos al galeón!. Allí nos besamos al sol de medio día, hacía calor, le invité una coca cola. Eran harto caros los refrescos para un estudiante, no importa lo disfrutamos igual, luego pedimos permiso para abordado, tomados de la mano, entramos. Era oscuro, con cojines de esponja y asientos por todas sus barandas. Ella se veía hermosa, tenía apellido francés, carnicería en el mercado, un perro pequinés y tres hermanos mayores buenos para los puñetes, que se los aforraban a cualquiera que mirara a su hermana, yo por suerte corría rápido en ese tiempo. Más besos. Se pasó la hora y llegó una pareja mayor, cerro ventanas, oscureció el puente, nos dio susto, mejor nos bajamos…. no importaba ya, el pololeo estaba sellado. Caminamos abrazados por la calle Prat, para nosotros atardecía, (Eran las tres). Las horas sólo hacían más intenso el amor, le anunciábamos a Antofagasta que éramos pololos, nada ni nadie podía separarnos, excepto sus hermanos, su abuela, su madre o la mía. Pero en definitiva, fue sólo el tiempo y la vida, quien nos dio caminos diferentes. Cerca de su casa nos despedimos, cada uno llegó por calles distintas. Nadie debía saber de nuestro amor, aunque dicho secreto era ya conocido por su familia, la mía, mis amigos, los de ella, además de las vecinas del barrio, pero eso después poco importó, sólo los dos importábamos.
Con la salida de ese domingo, el galeón había dejado de ser un lugar prohibido, por lo menos los domingos en la mañana! Además podíamos contarle a los amigos como era en su interior, decíamos conocer cada cuaderna y claraboya de este coloso del mar en tierra, conocíamos los ocultos secretos que en las largas horas de amor, el barco nos reveló, y podíamos contárselos a los amigos en detalle, aunque no en forma muy fidedigna, derecho reservado sólo a los aventureros como nosotros.
Pasó el tiempo, ella sigue tan hermosa como siempre, no sé si en el mismo barrio, yo me cambié p' al norte al igual que el galeón. Esta ma
ñana al ver sus viejos maderos al sol y su arboladura casi en el suelo, lo vi harto arruinado, mohoso y medio apolillado, si hasta tiene la botavara p'a bajo. Sólo espero que a mí me haya ido mejor que a él.

Ricardo Rabanal Bustos
Profesor

No hay comentarios:

Publicar un comentario