sábado, 22 de octubre de 2011

EL SAN FERMIN ANTOFAGASTINO


Señoras entren los niños a las casas, que no quede ninguno en la calle, gritaban firmemente los jinetes que montado en viejos corceles y con largas cañas de madera, se paseaban por todas las calles y pasajes de la población Paraguay de Antofagasta. Ellos anunciaban con galopes y relinchos que pronto comenzaría una estampida que solo los más valientes serian capaz de ver desde sus ventanas o parados tras las rejas de sus jardines. Lo que esos jinetes menguados del norte no sabían, era que un grupo de niños de la población estaban a punto de vivir su propia aventura taurina que habían preparado en sus horas de escuela y que recordarían toda la vida.

Fue así como, en los patios y recreos de la antigua y querida Escuela N° 7 Republica de Argentina, hoy D-90, junto a sus aulas de madera y barro humilde y después de una clase en que la profesora jefa, Señorita Naroha, nos enseñara con gran detenimiento y motivación las costumbres y tradiciones Españolas con motivo de la celebración de un 12 de octubre, entre ellas la fiesta de San Fermín, un grupo de alumnos decidieron tener su propio encierro de toros y hacer su particular corrida. Cuenta la historia, que un día viernes en la mañana, durante los acalorados minutos de recreo repletos de sonrisas y bullicio infantil, se pasó el dato que un tren llegaria con ganado en pie al día siguiente en la mañana, entonces rápidamente se hizo una reunión secreta en los patios del colegio y nos pusimos de acuerdo para esperarlo y realizar nuestras proezas taurinas.

Esa mañana de sábado nuestras madres pensaban que estábamos en nuestras camas o algunos simplemente haciendo deporte en la escuela. Minutos antes nos habíamos ocultamos en los pasillos de los departamentos que daban a un portón de madera pintado de verde del ferrocarril por donde saldrían el ganado rumbo a la muerte. Los minutos pasaban, los corazones comenzaban a latir con más fuerza y miedo, nadie se arrepentía y esperábamos ansiosos nuestro momento de valor en que demostraríamos nuestra hombría a las órdenes del líder. Lentamente el tren fue deteniendo la marcha y mientras realizaba su metálico frenado los ruidos y silbidos de los fierro contra fierro nos fueron indicando que el momento se acercaba. Rápidamente los jinetes de caballos viejos rodiaron el tren, mientras alguno trabajadores colocaban varias ramplas de madera al costado de los portalones del tren, a una orden del capataz lentamente estas puertas corredizas de los vagones comenzaron a abrirse…………….Nosotros mirábamos atentos…. lentamente comenzaron a asomarse las primeras cabezas de ganado , un poco dormidos y atontados por tan largo e incomodo viaje, al cabo de algunos minutos ya se agolpaba una manada numerosa al costado del tren que mugía y se paseaba nerviosa por el estrecho espacio dejado entre tren y reja. Cada minuto era vigilado por estos caballeros de pobre armadura que le señalarían el camino al ganado que mansamente bajarían a su muerte. A una orden del caporal mayor se abrió el portón principal de los patios del ferrocarril que da a la calle Venezuela………….y comenzaron a bajar los toros ¡Ese fue nuestro momento de valor y coraje ¡ El grupo salió rápidamente corriendo del escondite y con inusitado coraje y gran distancia, eso sí, nos pusimos frente a la manada que avanzaba despreocupada y medio atontada calle abajo. Agitamos pañuelos y dimos gritos de toreros y matadores. Los más osados y mayores corrieron a enfrentarlos para llamar su atención, pero los toros no les hicieron mucho caso, más bien fueron los jinetes que en prusiana formación y galopante trotar, cargo sobre nosotros alejándonos de la calle a varillazos y garabatos, mientras los otros centauros detenían la marcha del la manada unos metros más arriba.

Al final de nuestra aventura habíamos realizados nuestra propia fiesta de San Fermín Antofagastina y a tal vez sin saberlo habíamos soportado heroicamente una carga de rustica y para nada piadosa caballería que marco nuestras espaldas, hombros y cabezas con los rigores de fuertes varillazos que al final del día, no serian nada comparados a la “tanda” que nos dieron nuestras Madres cuando supieron con exactitud y detalle las noticias de las taurinas aventuras de sus hijos.

Ricardo Rabanal Bustos
Profesor

No hay comentarios:

Publicar un comentario