viernes, 1 de octubre de 2010

LA POZA CHICA DE ANTOFAGASTA
Te acuerdas del tiempo en que los niños debían obligatoriamente bañarse en la poza chica, aunque estuviera la marea baja y el agua les llegara a los tobillos, comentábamos con algunos colegas profesores una tarde de calurosos minutos de recreo........ Si eran los años en que el tiempo transcurría más lento, las horas daban abasto para todas nuestras actividades, existía más quietud y había espacio para todo. Podíamos ser exploradores de un mundo conocido, inocente y tangible, jamás virtual o electrónico. Un mundo que siempre nos deparaba una sorpresa de la cual aprendíamos las realidades humanas de la vida familiar y social en compañía de nuestros amigos de la infancia que en una ciudad pequeña como Antofagasta duran toda la vida y te los encuentras en cada esquina céntrica de la ciudad.
Siempre llegar a la poza chica y ganar un lado en los escalones reservados para los veraneantes a modo de asiento, que cubiertos con un techo de rejillas de madera protegían del sol insistente y estival a los más pequeños, fue toda una proeza de características casi épicas. Allí termos, canastos, toallas y pesados quitasoles de lona tomaban perfecta y ordenada ubicación, mientras madres y abuelas protegidas además de frondosos sombreros de géneros o crochet vigilaban atentas a sus querubines hacer piruetas en las atestadas y escasamente renovadas aguas de la poza chica de un domingo de verano por la tarde.
Lentamente las horas comenzaban a fluir, como la espuma blanca y amarga que flota alegremente y despreocupada en la puntilla. El maní confitado, los barquillos que se desintegraban en las manos húmedas, arrugadas y frías de niños flacos azulosos y tristones de frío. Niños que al salir del agua eran fuertemente refregados en enormes envolturas de toallas y poleras por sus madres. El turrón para los regalones vendido en perfecto traje blanco por el esparry, son sin duda alguno de los símbolos de otra Antofagasta, una que se fue lentamente, tal vez sin damos cuenta, que en su demora acaloraban y entretenían al paciente pasajero que después de subidas y bajadas sinuosas veía aparecer el parque Japonés, primer atisbo verde de un refrescante verano, simple en sueños y diversión infantil. Con el solo hecho de ver el mar azul con manchitas blancas revoltosas ya que comenzaba a pensar en el refrescante chapuzón que nos daríamos al llegar a las calmadas aguas del Balneario Municipal. Allí entre juegos, amistades, buceos, clavados, guatazos, carreras a pata pelá, guerras de arena, más por supuesto la construcción de un castillo de arena en la flaca orilla de la poza chica. Comenzaba a llegar la tarde y a aparecer termos y sándwich reconfortante para el regalón que le darían suficiente energía como para llegar a la casa y no irse pidiendo manzanas confitadas, helados de leche o los sabrosos churros calientitos que a esa hora de la tarde despedían un delicioso aroma que invitaba a servirse más de alguna docena que premiaba el gusto y castigaba el bolsillo de los más humildes veraneantes.
Hoy la Poza Chica está desapareciendo, nos quedó pequeña, pasada de moda, fuera de los estándares requeridos para una gran ciudad de cara al siglo XXI, tal vez esto es cierto, y al término de las obras veremos surgir una moderna playa que invita a ser parte del verano, del actual, el rápido, el con deportes de moda y ropas de marca que parece preocuparse más de la forma que del esparcimiento familiar en su esencia. Un verano con un sol más insistente y peligroso que parece querer enfermar y no solo acalorar para un buen baño.
Sin duda los tiempos, cambiar, pero para algunos nostálgicos la poza chica no desaparecerá jamás, porque fueron en sus aguas amigas y bajo la atenta mirada de nuestras familias donde algunos conocimos por vez primera el hermoso mar de mi querida Antofagasta.



Ricardo Rabanal Bustos
Profesor

No hay comentarios:

Publicar un comentario